Caos y catástrofe de Víctor Silva Echeto: pasión por la crítica
Arturo Borra
Poeta y Crítico Cultural
La osadía de un viaje no se confunde con la exhaustividad del recorrido. No importa cuán exhaustivos seamos: hay posicionamientos (teórico-políticos) que seguirán desatando pasiones confrontadas, incluyendo la pasión por la crítica. Ante todo, porque ellos mismos se sustraen a los consensos normalizados en un campo especializado de saber, horadando sus presuntas evidencias. La cuestión rebasa el trazado: no es primariamente un asunto de «consistencia», sino de «actitud» desde la que se produce teoría (crítica) en las condiciones del presente.
Para el caso, Caos y catástrofe. Un debate sobre las teorías críticas entre América Latina y Europa (2014), de Víctor Silva Echeto, ahonda en esa actitud inconformista que evita cualquier vocación conciliadora que demasiado a menudo desemboca en mero eclecticismo o simple yuxtaposición. En vez de limitarse a (re)construir el estado del arte de esa constelación de discursos teóricos que constituyen la «comunicología» -por valernos de una categoría que remite no a una «disciplina científica» particular sino a un haz de problemáticas que atraviesan las ciencias sociales (Silva Echeto y Browne Sartori, 2007)-, el autor se inscribe en esa práctica de la teoría que opera como confrontación, puesta en cuestión de las herencias conceptuales desde las que pensar e intervenir en el presente. Caos y catástrofe constituye así una pequeña «máquina de guerra» (Deleuze y Guattari, 2001: 37-39): discute el estado de la cuestión (sin excluir la cuestión del estado), disparando contra ciertas formas de sumisión convertidas en doctrina. Libro-rizoma entonces, imposible de remitir a un sentido unitario, una forma arborescente de la cual se desprenderían, deductivamente, sus ramificaciones.
El viaje elegido es otro: construir líneas de fuga a un estado de la comunicología en el que prima un cierto neofuncionalismo conservador, cuando no una hermenéutica con talante restitutivo (del Sentido o la Verdad) o una semiótica que, demasiado a menudo, hace del flujo apacible de los signos una realidad autónoma, desconectada de las tramas específicas de poder y de las luchas estratégicas en la que dichos flujos se producen. No planta sino desraíza: sin objeto fijo, deriva por problemáticas como la ideología, la estética, la crítica o el decolonialismo, no tanto como especificación de unos sentidos definidos sino como forma de desmontar la idea misma de una «lógica del sentido» que atravesaría los múltiples planos de lo social. Desde esa posición, Silva Echeto plantea una reflexión crítica en torno a lo visual, lo cultural y lo político, en tanto ejes comunicacionales centrales en el contexto de un capitalismo mundializado marcado por la catástrofe.
No por azar las referencias bibliográficas, que no dudan en recuperar los mejores planteamientos de autores como Benjamin, Deleuze, Foucault, Derrida o De Man, se desplazan hacia los márgenes de lo que el campo intelectual hegemónico centraliza. Autores como Flusser o Castro-Gómez, García Canclini o Yúdice, Richard o Perniola, por limitarme a unos pocos nombres, son llamados a esta escena de un debate decolonial estrictamente interminable. Porque, más allá de la lógica misma del nombre propio, lo relevante es esta (otra) escena en la que se ponen en discusión teorías radicalmente heterogéneas, producidas en espacios académicos y políticos diferenciados, introduciendo no sólo cierta «inconmensurabilidad» -tal como la concibe Kuhn (1996)- sino algo no menos decisivo: unas diferencias contextuales indomesticables, ligadas a luchas estratégicas específicas. El eurocentrismo es otra vez puesto en el banquillo, pero no ya bajo una negación simple, sino bajo la forma de una crítica en la que intervienen dispositivos de enunciación que rebasan las consagraciones institucionales y trazan un “afuera no representativo” –suponiendo que tal «entridad» es algo más (y distinto) que un gesto de deseo-.
En cualquier caso, es esa multiplicidad la que reactiva una política del disenso o, mejor aún, el disenso como práctica política. Reintroduce con ello la dimensión desestructurante de lo político que ciertos posicionamientos teóricos preferirían conjurar. Mediante una operación semejante, la supuesta transparencia de lo social y el acceso a consensos universales que garantizarían mecanismos de estabilidad institucional (p.e. la «democracia parlamentaria») quedan en entredicho. Lo social es reconducido al caos que lo constituye, más allá del orden catastrófico en el que (mal) vivimos. En un plano específico, la apuesta de Silva Echeto se hace radical: deconstruir esa “mirada única” que lee las imágenes en sentido unidireccional y, simultáneamente, articular la crítica a una “época de crisis de la crítica”.
Caos y catástrofe, como quería Nietzsche (1991: 103), reflexiona a martillazos, mediante una arqueología que pone en tensión lo visible y lo enunciable, con el objeto de cuestionar toda matriz representacional y abrir paso a una lógica indiciaria, base de esos “métodos de los que no tienen método” (Silva Echeto, 2014: 32). Nos confronta con la aporía histórica en la que nos movemos: más allá del orden, la comunicación introduce complejidad, caos, rizomas que atraviesan una época de incertidumbre. En un contexto así, la teoría crítica se plantea como acción crítica, práctica a-sistemática que pone en crisis el orden de lo sistémico. Llegados a este punto, cabría preguntarse si la «teoría» ha suplementado lo que desde otras posiciones podría adscribirse a lo «ideológico»; a saber: aquella dimensión en la que el sujeto articula en la práctica su relación con sus condiciones materiales de existencia. Si bien la diferencia puede advertirse -comprometiendo en el caso de lo teórico una visión crítico-reflexiva que le falta a aquella otra instancia-, la implicación de este suplemento quizás no sea otra que la de una extensión de lo teórico que interroga sobre su especificidad con respecto a otras formas de discurso.
Pero Silva Echeto no quiere saber más que de la materialidad de los cuerpos: biopolítica antes que política representacional. La «ideología» pasa a otra vida. Apoyándose en Marx, el autor apuesta por recuperar el “fetichismo de la mercancía” que opera en el proceso real de la producción social y no esa “ilusión que refleja la realidad” que constituiría lo ideológico en su “intangibilidad inmaterial”. Como puede advertirse, la polémica está servida: ¿hasta qué punto la «ideología» se deja reducir a esta versión conceptual más bien clásica?
En efecto, el espectro de lo ideológico –en su carácter ambiguo y elusivo- reaparece en los debates de las ciencias sociales de las últimas décadas y no es tarea simple deshacerse de él. Aunque Silva Echeto tome ese espectro y lo ponga en relación con diversos ejes (la mercancía, el discurso, las políticas de comunicación, la hegemonía) que lo atan a la representación, su cuestionamiento radical parte del presupuesto de que lo representacional –no sólo en su acepción política sino también semiótica- carece de centralidad en el análisis de lo social, en especial, en la investigación de las agencias sociales (en su carácter inestable). Forma parte de este devenir teórico (heredero del postestructuralismo) mostrar no sólo cómo las mediaciones simbólicas y las articulaciones ideológicas carecen de pertinencia en ese análisis (máxime cuando lo que se estudia es el vínculo entre cultura y política, comunicación y arte) sino también especificar unas categorías de análisis diferentes que permitan hacer una lectura a contrapelo comparativamente más fecunda. Quizás la crítica a la «ideología estética» que el autor emprende no sea sino un modo de concretizar esa lectura. Radicalizando la línea benjaminiana de politizar la estética, en un recorrido que entrelaza Kant con De Man, Eagleton con Žižek, Rancière con Richard, el autor elabora un pensamiento de la ruptura con la estética como armonía de los significantes, para terminar concibiendo la experiencia artística en tanto insurgencia política.
El trayecto es vasto y multifacético: Silva Echeto también transita por las aportaciones de los cultural studies de la Escuela de Birmningham y por el situacionismo francés, de manera de pensar el capitalismo tardío en tanto “máquina devoradora de signos, discursos y textos” que, simultáneamente, intenta desconectar de sus condiciones económicas, políticas y sociales. Contra esa separación, la transversalidad de una perspectiva como la presente tiene la ventaja de incidir no sólo en la apertura del conocimiento (indisciplinado) sino también en una práctica política intersticial que asume su compromiso crítico.
La reflexión sobre las vanguardias artísticas ahonda precisamente en esa práctica crítica asediada por una cultura de masas que ha convertido el «espectáculo» en una forma pasivizante de estar y el «postespectáculo» en la nueva forma de estar pantallizado, de aceptar la seducción que irradia el exceso de lo mediático. Frente a ello, una intervención cultural desde los márgenes –irreductible a una gestión comunicacional de corte administrativo- aparece como modo de transformación cultural que podría multiplicar agenciamientos revolucionarios y la creación de otras posibilidades histórico-sociales en la encrucijada del presente.
Con un estilo elíptico y deliberadamente fragmentario, Silva Echeto traza así un recorrido teóricamente denso y sugerente: desde sus apuntes sobre arte y comunicación hasta la problematización de la mirada y su apuntalamiento de una crítica decolonial, ya no como mero rechazo de lo moderno, sino como un afuera que horada la representación misma de lo interior (Occidente) y lo exterior (América Latina, India o África). Claro que podríamos preguntarnos cómo lograr en efecto habitar este “afuera”, esto es, indagar sobre los modos no sólo de salirnos de las diversas formas de etnocentrismo, sino también de pensar contra toda forma de representación (y de las políticas coloniales o anticoloniales a las que esas formas han dado lugar). La cuestión sigue abierta e invita a pensar que ese «afuera» es, al menos en cierta medida, un asunto de porvenir.
Una aventura intelectual así, en su condición atípica, contrasta con el escolaticismo académico prevaleciente: asume la crítica a la modernidad como labor impostergable y desafía el dogmatismo como anquilosamiento del pensamiento, incluso cuando esa crítica –en primer término, como interrogación del propio campo categorial- siempre está expuesta a recaer en los riesgos binarios que cuestiona o en traficar con nuevas totalidades. Pero ¿qué sería una «política de la verdad» sin esas preguntas por una ontología de nosotros mismos, por sus juegos de saber y poder, por la crítica como creación social y subversión de lo heredado? Atravesar la dificultad de semejante empresa teórica es de por sí suficiente para mostrar que Silva Echeto se desplaza a contramano, en todo lo que esta actividad tiene de incierto y vacilante.
La teoría crítica, sin embargo, no se mueve en el terreno de las certidumbres sino de una problematización que implica el análisis de los procesos culturales en su interdependencia con otras dimensiones de lo social. Hacer pensables esas cuestiones es parte de la tarea de Caos y catástrofe, en particular, afrontando la necesidad de estudiar un régimen escópico posmoderno que, tal como se señala explícitamente, sumerge la reflexión en una superabundancia de imágenes que se naturaliza al punto de perder de vista su singularidad histórica como constelación cultural.
No es de extrañar, pues, que el itinerario se haga circular: si la apertura del libro comenzaba por problematizar lo político, lo visual y lo cultural, el final abierto de este recorrido no es sino un «retorno» (diferencial) a su eje inicial, más problemático y complejo si cabe, incluyendo esta vez la economía (política). En última instancia, una genealogía de la modernidad semejante no se conforma con constatar las máquinas anestésicas que apaciguan nuestra sensibilidad, sino que abre camino a un lugar-otro que no puede predeterminarse desde la práctica (teórica y política) actual sino, a lo sumo, anticiparse desde un cierto espíritu de la revuelta.
No sabemos dónde conduce este viaje incierto. La multiplicidad de problemáticas que se entrelazan tampoco habilita a un punto de claridad arquimédica. Y, sin embargo, si cabe todavía pensar en una política emancipatoria, será desde la incomodidad de mantener las preguntas abiertas y, desde la fragmentariedad de los pasos, poner en crisis la especialización disciplinaria que amenaza con domesticar la posibilidad de un pensamiento contra lo instituido. Moverse en la oscuridad no es un mero lujo académico, sino una necesidad crítica contra un régimen de (pseudo)evidencias que nos enfilan al desastre. ¿No es esa la apuesta política radical por excelencia?
Bibliografía
Silva Echeto, Víctor y Browne Sartori, Rodrigo (2007): Antropofagias. Las indisciplinas de la comunicación, Biblioteca Nueva, Santiago de Chile.
--------------------------------------- (2014): Caos y catástrofe. Un debate sobre las teorías críticas entre América Latina y Europa, Gedisa, Barcelona.
Deleuze, Gilles y Guattari, Félix (2001): Rizomas, trad. Casillas, C. y Navarro, V., Ediciones Coyoacán, México.
Kuhn, Tomas (1996): ¿Qué son las revoluciones científicas? y otros ensayos, Paidós, España.
Nietzsche, Friedrich (1991): Ecce Homo, Siglo Veinte, Buenos Aires.