Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Playa Ancha
Valparaíso,
Chile | e-ISSN 0718-4018 http://www.revistafaro.cl
Felipe Tello Navarro
Universidad Autónoma de Chile
felipe.tello@uautonoma.cl
El libro El sociólogo francés, experto en comunicación digital, movimientos sociales y mediactivismo, Dominque Cardon, afirma que un nuevo objeto hace entrada en nuestras vidas; los algoritmos. Estos cálculos jerarquizan la información y adivinan lo que nos interesa, seleccionan los bienes que preferimos y se esfuerzan por suplantarnos en numerosas tareas. Nosotros los fabricamos pero estos a su vez nos construyen.
El libro de Cardon se compone de cuatro capítulos. En la introducción: “Comprender la revolución de los cálculos”, éste plantea que hay pocos ámbitos de nuestra vida que no se orienten por una infraestructura de cómputos. Por ello, se hace necesario comprender, discutir y criticar la manera como los algoritmos marcan nuestra existencia. La expansión de los cálculos se debe en gran parte a su encuentro con la informática; éstos, señala el autor, se embarcan al interior de interfaces digitales (listas, botones, contadores, trayectos GPS). Los cálculos penetran tan íntimamente nuestra vida afirma el sociólogo, que no lograríamos percibir con claridad cómo simpáticas pantallas de colores conducen nuestros datos a infraestructuras estadísticas ubicadas en lejanos servidores. Así, un número creciente de dominios: la cultura, el saber y la información, pero también la salud, la ciudad, el trasporte, el trabajo, las finanzas e incluso el amor y el sexo son modelados por los algoritmos.
Dos dinámicas avanzan para hacernos entrar en una “sociedad del cálculo”, indica el autor. La primera es la digitalización de la sociedad; la segunda el desarrollo de los procesos. Estos últimos entregan a los ordenadores las instrucciones matemáticas para ordenar, tratar, agregar y representar la información. Por medio de datos cada vez más desapercibidos (desplazamientos, tickets de compras, clics en Internet, consumo online, tiempo de lectura de un libro digital), los algoritmos cifran el mundo, lo clasifican y predicen nuestro futuro. Omnipresentes en nuestras vidas, señala Cardon, estos cálculos restan misteriosos a nuestros ojos. Raramente nos cuestionamos cómo estos cálculos se producen y la visión de mundo que conllevan. Para criticar verdaderamente sus dinámicas es necesario entrar en estos cálculos. Una radiografía crítica de los algoritmos es una necesidad democrática tan esencial como desapercibida.
Los cálculos no calculan, afirma Cardon, sino en una sociedad que ha tomado ciertas características para hacerse calculable. Éste se pregunta: ¿Qué valorizan estas sociedades en su manera de contarse y de clasificarse? Su hipótesis es que el valor que mueve el cálculo algorítmico no es otro que el de la personalización, el del individualismo. El capítulo uno se denomina “Cuatro familias de cálculo digital”. En él, Cardon describe cuatros formas de medición digital. La primera forma es “al costado” (à côte) de la web y su valor es el de la “popularidad”. Su forma de medición es similar a aquella de las audiencias offline. La segunda forma de medición es “por encima” (au-dessus). El principio rector de ésta es la “autoridad” y su forma de medición la del ranking. La tercera familia de cálculo numérico es denominada como “en” (dans) la web. El principio rector de esta forma de medición es la “reputación”. Por último, la cuarta forma de medición es “por debajo” (au-dessous) y el principio de ésta es la “predicción”.
En el capítulo dos, denominado “La revolución en los cálculos”, Dominique Cardon, plantea que la revolución del big data se encuentra menos en la acumulación de datos que en la forma de calcularlos. De este modo, las medidas se han vuelto más fácilmente calculables; las categorías persiguen menos representar a los individuos que singularizarlos y las correlaciones estadísticas no van de la causa hacia las consecuencias, sino de las consecuencias hacia un número probable de causas. Las políticas neoliberales de los años 1980, indica el autor, hicieron perder autoridad a las categorías tradicionales (profesión/clase social) y les han entregado un nuevo uso a los instrumentos estadísticos. Estos sirven menos para representar lo real que para actuar sobre ello. De este modo, una medida particular se ha convertido en la realidad misma que se pretende medir; los buenos resultados de un colegio en una prueba estandarizada es manifestación de la calidad de ese colegio; los científicos más citados se han convertido en los mejores científicos.
Asi, el big data intenta reposicionarse como una medición desde afuera, exterior, sin intervención. Éste ha reanimando el proyecto de las ciencias naturales, pero ahora sin laboratorio. Es el mundo el que se vuelve directamente medible y calculable. Otra transformación importante del cálculo numérico es el desbordamiento de las categorías. Allí donde la existencia de la sociedad era supuesta, hoy día es puesta en suspenso para purificar relaciones entre variables. Ya no es relevante saber por qué la gente hace lo que hace, lo importante es que lo hace y ahora es posible regístralo como nunca antes.
En el capítulo tres, “Los signos y las huellas”, el autor plantea que los datos permiten cuantificar cosas que antes resultaban desconocidas. Si nuestro mundo es imperfecto señala Cardon, era porque faltaban datos para corregirlo. Éste afirma que si la investigación científica quiere ser parte de las gigantescas infraestructuras de cálculos, ella debe tomar distancia de ciertas mitologías que encubren al big data. Se debe tener presente en primer lugar que no existen los datos brutos; toda cuantificación es una construcción que implica un dispositivo de medida y registro la cual establece convenciones para interpretarlos. Así también, se debe ser consiente que los datos no hablan más que en función de los cuestionamientos e intereses de quienes los interrogan. Habitados por ideas antropocéntricas, estamos habituados, afirma el sociólogo, a imaginar a las máquinas como inteligentes y poseedoras de un espíritu. En la actualidad, los realizadores de computadoras han abandonado esta pretensión y han optado por hacer a las máquinas estadísticas en vez de inteligentes. Si las máquinas se vuelven estadísticas, los individuos se volverían lo que Gilles Deleuze denominó un “dividuo” (dividu).
Cada algoritmo establece sus propias reglas para medir y calcular acontecimientos. Así, por ejemplo, Twitter ha decidido que un evento debe ser masivo y simultáneo; por ello, si se quiere realizar una crítica a los cálculos, ésta, afirma el autor, debe ser dirigida a cada algoritmo en particular. En su opinión, es dirigiendo a los individuos hacia sus propios comportamientos como los cálculos influirían en el orden social. En una época en donde las personas por medio de sus representaciones, ambiciones y proyectos, se piensan como sujetos autónomos, los cálculos algorítmicos atrapan sus deseos a la regularidad de sus prácticas.
En el capítulo cuatro, “La sociedad de los cálculos”, Cardon señala que hay que instalar una mirada crítica al funcionamiento de los cálculos. La intención de su texto -así él lo plantea- es entregar una visión política de aquellos. Para ello es necesario saber ¿En qué sueñan los algoritmos? Estos soñarían con un mundo en el cual el reconocimiento de los méritos no encuentra trabas; donde la autoridad se obtiene únicamente en torno a la calidad. Sin embargo, las escasas plazas que entregan las mediciones de autoridad (ranking) a las primeras posiciones aumentaría las desigualdades. La ley de Pareto de reparto de desigualdades -que señala que el 20% de la población obtiene el 80% de los bienes a distribuir- se incrementa en la web -donde menos del 1% de los actores se llevan el 90% de la visibilidad-.
Los algoritmos sueñan también con entregar a las personas las herramientas para que éstas reconozcan sus afinidades y se auto-organicen. Las posibilidades que entrega la Red social para que los individuos se relacionen y organicen de acuerdo a sus gustos, intereses, valores e ideas compartidas, es un vector de socialización que rompe con la crisis de confianza imperante, señala el autor. Para él, la recomposición de la sociedad a partir del involucramiento expresivo de los individuos, es sin duda la parte más positiva de las nuevas formas de vida digital.
El último sueño de los nuevos cálculos es instalar un ambiente técnico invisible que permita a las personas orientarse, sin constreñirlos. Gran parte de nuestras elecciones diarias, indica Cardon, son efectuadas por una infraestructura socio-técnica: comprar un billete de avión, traducir automáticamente, encontrar el mejor restaurante, conseguir una cita o llenar el refrigerador. Para él, aquellos que critican la pérdida del “saber hacer” humano, son quienes quizás y sin darse cuenta utilizan con mayor frecuencia esta infraestructura para efectuar elecciones prácticas y así poder dedicarse a labores de más alto rango intelectual. De este modo, la elección de no elegir se encuentra socialmente distribuida.
Uno de los riesgos del traspaso de las elecciones cotidianas a infraestructuras técnicas, señala el autor, sería la posibilidad de clausurarlas por medio de procesos irreversibles. Otro riesgo que comportan estos nuevos procesos socio-técnicos sería el traspaso de habilidades complejas (manejar un avión, realizar diseños, leer una radiografía digital), desde los humanos hacia los instrumentos. De esta manera, y en su opinión, se hace más necesario que nunca aprender a no desaprender. Sin embargo, no hay que olvidar, señala Cardon, que los sueños no son más que sueños y que el uso que hacen los utilizadores son siempre más fluidos, vagabundos y complejos de lo que los realizadores de estos cálculos imaginaron. Así, más que dramatizar el conflicto entre los humanos y las máquinas, sería juicioso considerarlos como una pareja que no deja de retroalimentarse e influenciarse mutuamente.
En la breve conclusión de su texto: “La ruta y el paisaje”, Cardon señala que, como el GPS, los algoritmos no nos dicen dónde ir (no definen nuestros objetivos), sólo nos muestran la ruta (su ruta) más conveniente a nuestros intereses. Estos serían el producto del deseo de libertad y de autonomía del individuo. A pesar de ello, estos obligan al internauta -como al conductor- a una ruta calculada, eficaz y automática que se adapta a nuestros deseos y se rige -sin que nos demos cuenta- al tráfico de otros. Así, es difícil reconocer qué implica nuestro trayecto en relación a otros posibles (rutas alternativas, periféricas), o como éstas representan un conjunto más amplio; con el mapa hemos perdido el paisaje, afirma el autor. Es por ello que se hace más necesario que nunca ser vigilantes y pedirles a los algoritmos que nos muestren tanto la ruta como el paisaje.
Esta reseña intentó exponer con la mayor fidelidad posible el texto original, pues comparte con éste, la idea que, para criticar, primero hay que conocer un fenómeno que por cercano se vuelve transparente. El texto de Cardon entrega los matices suficientes para ir algo más allá de los aspectos técnicos de los algoritmos. Y si bien éste no profundiza en la ideología y la utopía de lo que él denomina la “sociedad del cálculo”, su texto permite visualizar algunos aspectos de aquella. Los algoritmos volverían realidad el sueño liberal de la elección sin ataduras, pero este sueño esconde también su contracara. Desde dentro, los cálculos digitales guían nuestras preferencias y atan nuestras elecciones a nuestras conductas pasadas. Desde fuera, para aquellos que no cuentan con los medios – económicos, sociales y cognitivos- para utilizar esta tecnología, se limitaría su acceso a la información y sus posibilidades de elección; y con ello su libertad, aunque ésta sea una libertad tecnológicamente guiada.